Meditación: Sábado XIV Semana T. O. Ciclo A. 09 de julio 2011
«No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al amo de la casa le han llamado Belcebú, cuánto más a los de su casa. No les tengáis miedo, pues nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. ¿Acaso no se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos. A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los Cielos.» (Mateo 10, 24-33)
1º. Jesús, el Evangelio de hoy tiene una enseñanza clara: «no tengáis miedo.»
No he de tener miedo a ser cristiano, ni a que los demás lo vean.
Si vivo cristianamente, es seguro que los que viven a mi alrededor se darán cuenta.
Porque ser cristiano es mucho más que ir a misa el domingo: es buscar la voluntad de Dios en cada momento.
Y eso se nota.
Tampoco he de tener miedo a dejar que Tú te vayas metiendo en mi corazón, y me pidas cosas. «Temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno.»
Al que he de temer es al demonio -que me tienta casi sin que me dé cuenta-, y al pecado, que me quita la gracia.
«No debes desconfiar de Dios ni desesperar de su misericordia; no quiero que dudes ni que desesperes de poder ser mejor: porque, aunque el demonio te haya podido precipitar desde las alturas de la virtud a los abismos del mal, ¿cuánto mejor podrá Dios volverte a la cumbre del bien, y no solamente reintegrarte al estado que tenias antes de la caída, sino también hacerte más feliz de lo que parecías antes?» (Rabano Mauro).
«No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas a Cristo», fueron las primeras palabras de Juan Pablo II al ser elegido Papa.
Jesús, ¿hasta dónde te dejo entrar en mi vida?
¿Te abro mis puertas de par en par; o te cierro la entrada reservándome «mis cosas»?
No puedo tratar de vivir coherentemente mi fe y, a la vez, ponerte condiciones: mi tiempo, mis hobbies, mi diversión, mis gustos, mis... debilidades.
Ayúdame a no tener miedo a entregarme cada día un poco más.
2º. «A la hora del desprecio de la Cruz, la Virgen está allá, cerca de su Hijo, decidida a correr su misma suerte. Perdamos el miedo a conducirnos como cristianos responsables, cuando no resulta cómodo en el ambiente donde nos desenvolvemos: Ella nos ayudará» (Surco.-977).
Madre, tú no tuviste miedo de estar al pie de la Cruz, aunque a tu alrededor; todo el mundo se burlaba y se sentía con el derecho de maltratar a tu Hijo y a sus seguidores. Sólo Juan, porque era el discípulo «amado» de Jesús, y porque era valiente, es capaz de acompañarte entre la multitud hostil.
Madre, tú eres la criatura que, por tu íntima unión con Dios, has confesado a Jesús con mayor fidelidad. Por ello, en ti se cumple de manera especial la promesa de tu Hijo: «A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos.»
Tan es verdad esto, que se te llama con razón la «omnipotencia suplicante»: eres omnipotente, no por tu propio poder, sino porque Dios te concede todo lo que le pides, por la intercesión de tu Hijo Jesucristo.
Pero, además de ser la omnipotencia suplicante, eres... mi Madre.
Y una buena Madre como tú, siempre busca lo mejor para sus hijos.
Por eso estoy tan seguro cuando pido cosas a Dios por tu intercesión.
Tú siempre me acogerás como hijo tuyo si me comporto como Jesús, si no tengo miedo a conducirme como cristiano responsable en toda circunstancia, incluso cuando no resulte cómodo confesar el nombre de tu Hijo.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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