Meditación: Domingo XV Semana T. O. Ciclo A. 10 de julio 2011
«Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió junto a él tal multitud que hubo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a hablarles muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí que salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno rocoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la sofocaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga. Los discípulos se acercaron a decirle: ¿Por qué les hablas en parábolas? El les respondió: A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha dado. Porque al que tiene se le dará y abundará, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice:
Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane.
Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que vosotros estáis oyendo y no lo oyeron. Escuchad, pues, la parábola del sembrador. Todo el que oye la palabra del Reino y no lo entiende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembrado sobre terreno rocoso es el que oye la palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, en seguida tropieza y cae. Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas sofocan la palabra y queda estéril. Por el contrario, lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta.» (Mateo 13, 1-23)
1º. Jesús, hoy me recuerdas la parábola del sembrador: «salió el sembrador a sembrar...»
Tú eres el sembrador, que sales a sembrar por los caminos del mundo la semilla de tu palabra y de tu vida.
La semilla es la misma en cada caso: has muerto en la cruz por todos los hombres, sin distinción.
Pero el fruto depende también de la tierra -los corazones de los hombres-, y del ambiente: pájaros, piedras, espinos.
«La tierra era buena, el sembrador el mismo, y las simientes las mismas; y sin embargo, ¿cómo es que una dio ciento, otra sesenta y otra treinta? Aquí la diferencia depende también del que recibe, pues aun donde la tierra es buena, hay mucha diferencia de una parcela a otra. Ya veis que no tiene la culpa el labrador ni la semilla, sino la tierra que la recibe; y no es por causa de la naturaleza, sino de la disposición de la voluntad» (San Juan Crisóstomo).
Jesús, ¿cómo es mi tierra, mi corazón?
¿Es un corazón que sabe amar, que sabe sacrificarse por los demás; o es un corazón de piedra, duro, en el que las necesidades de los que me rodean no hacen mella?
¿Es un corazón fuerte, con la fuerza de voluntad necesaria para hacer lo que debe en cada momento; o es un corazón blando, sin personalidad, que se deja arrastrar por el gusto, la sensualidad o la comodidad?
Jesús, ¿en qué ambiente me muevo?
¿Es un ambiente adecuado para que pueda crecer mi vida de cristiano?
¿Qué amigos tengo?
¿Cómo aprovecho el tiempo libre?
A veces el trabajo, los amigos, la televisión, las diversiones, etc..., en vez de ayudar a que mi vida cristiana crezca y se desarrolle, son como espinos sofocantes, que dificultan o incluso destrozan la semilla de la gracia.
2º. «La escena es actual. El sembrador divino arroja también ahora su semilla. La obra de la salvación sigue cumpliéndose, y el Señor quiere servirse de nosotros: desea que los cristianos abramos a su amor todos los senderos de la tierra; nos invita a que propaguemos el divino mensaje, con la doctrina y con el ejemplo, hasta los últimos rincones del mundo. Nos pide que, siendo ciudadanos de la sociedad eclesial y de la civil, al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo, santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado» (Es Cristo que pasa-150).
Jesús, cada día se repite la escena de este Evangelio: cada vez que un cristiano, con la doctrina y con el ejemplo de su vida, abre un pequeño surco en el alma de un familiar o un amigo, y arroja allí tu semilla.
Tú quieres que sea yo uno de esos sembradores, quieres servirte de mí para llegar a las personas que has puesto a mi lado.
De hecho, lo que me pides es que sea otro Cristo: que santificando mi trabajo profesional y las obligaciones de mi propio estado, lance a voleo la semilla, el mensaje y la vida nueva que nos has dado con la gracia.
Soy sembrador cuando estudio con seriedad lo que me toca, cuando ayudo a arreglar un desperfecto en casa, cuando sé perdonar un detalle molesto, cuando sonrío estando cansado, cuando dejo elegir a otro el mejor postre o la película de cine que iremos a ver, etc..
Jesús, la parábola del sembrador no es un mensaje de piedra, un cuento para libros de niños: es una escena actual.
De mí depende que tu semilla llegue a muchas más personas, aunque el fruto varíe según las disposiciones, la tierra, de cada uno.
Seré un buen sembrador si me esfuerzo por desempeñar con fidelidad mis deberes de cada día.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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