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viernes, 16 de diciembre de 2011

HOMILIAS: IV DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO B. 18 DE DICIEMBRE, 2011.

HOMILIAS: IV DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO B. 18 DE DICIEMBRE, 2011.
1.- RECONOCER A DIOS COMO NUESTRO ÚNICO SEÑOR
Por Gabriel González del Estal
1. - Aquí está la esclava del Señor. Tanto María, en el evangelio de este domingo, como el rey David en la primera lectura y San Pablo, en su carta a los Romanos, tienen muy claro que el único Señor al que se debe servir y adorar es Dios. María no necesita entender todo el alcance de las palabras del ángel Gabriel, para saber que si es Dios el que habla, ella sólo debe obedecer con amor y reverencia. María, como después todos los grandes santos del cristianismo, han considerado a Dios como al único Señor absoluto al que debemos siempre obediencia y respeto. También le debemos amor, porque Dios no es un Señor tirano y caprichoso, sino un Padre lleno de ternura y amor hacia las criaturas que él mismo ha creado. En nuestra vida diaria son muchas las voces y las personas que nos piden obediencia y seguimiento. Lo hacen en nombre de intereses políticos, económicos, o de cualquier otra clase. Para nosotros, los cristianos, el único interés que debe movernos en todas nuestras acciones es el interés de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Para esto envió Dios a su único Hijo al mundo: para enseñarnos el único camino directo que nos lleva hasta el Padre. La mejor preparación para la Navidad que se acerca es decir a Dios un sí definitivo y total: hágase en mí según tu palabra.
2. El rey (David) dijo al profeta Natán: Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda. Para entender bien este texto deberíamos leer todo el capítulo 7 del segundo libro de Samuel. Resumo lo esencial: El rey David tenía buen corazón y le daba pena que su Dios tuviera que vivir en una tienda, mientras él, el rey, vivía en una casa de cedro. Dios le agradece su buena intención, pero le recuerda que él, Yahvé, nunca pidió que le edificaran una casa de cedro. Y le deja muy claro que el único rey de verdad es él, el Señor, y no el rey de Israel. Le dice: “Yo te saqué de los apriscos; estaré contigo en todas tus empresas; acabaré con tus enemigos y te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía; tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”. David comprende perfectamente lo que el Señor le ha dicho: que él, Yahvé, es el único Señor. Y reconoce, agradecido, que así ha sido y así será siempre. Por eso, confiesa: “eres grande, mi Señor Yahvé; nadie como tú, no hay Dios fuera de ti”. Y le pide su bendición. Esta debe ser siempre nuestra actitud ante Dios: reconocerle como al único Señor, darle gracias por todo lo que ha hecho por nosotros y pedirle su bendición. Con palabras del salmo: “cantemos eternamente las misericordias del Señor”.
3. - Al Dios, único Sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Que para San Pablo Dios es el único Señor no hace falta explicarlo, porque el mismo apóstol lo dice en muchísimos textos y en muchísimas ocasiones. San Pablo creía, y sabía, que todos los judíos creían y sabían esto a pies juntillas. Lo que él trata de predicar y explicar en el evangelio que él proclama es que Yahvé, el único Dios, se ha encarnado en su Hijo Jesucristo y que es a través de su Hijo como quiere salvarnos a todos. Afirmar que Cristo es el Señor no es algo contradictorio con la afirmación de que Dios es nuestro único Señor. Obedeciendo a Cristo obedecemos a Dios y es a través de Cristo como llegamos al único Dios, padre de nuestro señor Jesucristo. “El que me ve a mí, ve al Padre”, le dirá el mismo Jesús a Felipe. Adoremos, pues, nosotros a Dios como a nuestro único Señor, a través de nuestro Señor Jesucristo.
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2.- ¿DÓNDE NACE DIOS?
Por Pedro Juan Díaz
1.- Hoy damos un paso más para acercarnos a la Navidad, los preparativos se aceleran. Seguramente será un momento de encuentros familiares y lo estamos preparando todo para que salga bien. Hemos hecho las compras oportunas, hemos puesto los adornos, sacamos la mejor vajilla, preparamos una mesa digna. La televisión acelera los anuncios de compras y regalos. Las calles están engalanadas, aunque este año hay menos luces, porque hay que ahorrar. Los correos electrónicos están llenos de mensajes de felicitación. También sobreviven las cartas, las felicitaciones de toda la vida, aunque en menor volumen. Hemos llamado por teléfono a esos familiares o amigos que no podremos ver, pero de los que nos acordamos en estas fechas. Cantamos villancicos, brindamos con champán, hay alegría y fiesta. La estampa que presentamos es muy bonita, pero no vale para todos. En primer lugar, porque en muchos hogares la Navidad será mucho más sencilla, por fuerza, porque “de donde no hay, no se puede sacar”. Y en segundo lugar, porque se nos ha olvidado preparar lo más importante: el corazón. Porque la pregunta que nos hacemos hoy es: ¿dónde nace Dios?
2.- En la primera lectura, el rey David pensaba que Dios tenía que “vivir” en un palacio lujoso, como él. Pero Dios, a través del profeta Natán, le hizo saber que Él estaba más a gusto entre su gente, en medio de su pueblo. Tanto el pueblo de Israel, como nosotros, hemos cometido el mismo fallo: nos hemos olvidado de que Dios vive entre nosotros. Y con el paso del tiempo, hemos tenido que construir iglesias y templos para tener referencias y signos que nos recuerden que Dios está en medio de nosotros. Pero el “plan de ordenación urbana” de Dios iba por otro lado. No se trataba tanto de hacer “edificios”, sino de “construir personas”. Y tuvo que venir Él a enseñarnos cómo hacerlo. Y lo hemos visto en el evangelio: el templo, el lugar donde Dios quiere hacerse presente, comienza en el seno de María. Y desde ese momento, el verdadero templo de Dios es la encarnación, cada persona, la humanidad entera. El Hijo de Dios no va a nacer en Jerusalén, ni en su Templo, sino en Nazaret, una aldea alejada, en Belén, un pueblo más pequeño aún, e insignificante, y de una mujer judía que confía en Dios para que se cumpla en ella su Palabra.
3.- María nos enseña que lo más importante que hay que preparar para que nazca Dios es nuestro interior, y que la manera que tiene Dios de nacer en cada uno de nosotros es acogiendo su Palabra. María es Templo de Dios, porque lo llevó en su vientre, y también porque se fió de Él: “aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según su Palabra”. Cada uno de nosotros estamos llamados a ser señal, signo de la presencia de Dios. Y también como comunidad parroquial, como Iglesia viva, no echa solo de piedras, sino construida con personas (“piedras vivas”). Cada uno de nosotros, y todos juntos como comunidad, tenemos la tarea de comunicar en nuestro entorno, en estos momentos de oscuridad, el misterio de todo un Dios que viene a nacer entre nosotros para estar al alcance de todas las personas, como decía San Pablo en la segunda lectura. Pero esta tarea exige una fuerte experiencia interior de Dios, que nos fortalece con su gracia para llevarla a cabo.
4.- Tenemos dos tareas muy urgentes y necesarias: tomar conciencia de que somos templos de Dios, preparar nuestro corazón, nuestro interior para su nacimiento, ser señal de su presencia también de manera comunitaria; y en segundo lugar, que esa Buena Noticia llegue a todos los hogares, que sea Navidad verdaderamente para todas las personas. Por eso hoy Caritas nos pide nuestra ayuda y nuestra colaboración a través de la colecta, del momento del compartir. Dios nació pobre, vivió entre los pobres y se quedó para siempre en los pobres. En ellos nace Dios y podemos verle cada día.
5.- Preparémonos para la Navidad viviendo intensamente la Eucaristía. Esta iglesia es un signo de la presencia de Dios, porque Dios se hace presente en el pan y en el vino, y en la comunidad reunida. Pero también nosotros le seguimos haciendo presente allá donde vamos si verdaderamente nos hemos encontrado interiormente con Él aquí, si la comunión nos ayuda a darnos a los demás, a entregarnos por amor, por el mismo amor por el que Jesús dio su vida por nosotros. Que sea Navidad en nosotros para que pueda ser navidad para todos.
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3.- ¡HAGASE!
Por José María Martín OSA
1.- Jesús es el verdadero Templo de Dios. David es un hombre religioso y agradecido en extremo. El vive acomodado en un palacio de cedro, símbolo de riqueza y estabilidad; en cambio su Señor sigue como en los días del desierto. Esto es una afrenta para el rey. Se comprende que su consejero, el profeta Natán, consienta en los planes del monarca. David inaugura un régimen teocrático, en el cuales necesario que la Ciudad de David sea igualmente la Ciudad Santa. Sin embargo, no es posible que Yahvé, el Dios de los patriarcas, el Dios del éxodo, que camina siempre delante de su pueblo, se convierta en un dios doméstico y domesticado al servicio de un orden establecido. La fe de Israel corre el peligro de convertirse en una "religión del templo". Es una pena que se omitan en esta lectura los versículos 6 y 7, donde se exponen las razones de Yahvé para no construir el templo. Respondiendo a la pretensión de David, Yahvé declara por boca de su profeta Natán que, desde que camina entre los hijos de Israel, nunca ha manifestado voluntad alguna de habitar en una "casa de cedro". El modo más conveniente de mostrar su presencia es actuando en la historia de la liberación de su pueblo. Yahvé es el Dios vivo, Dios de los que le buscan y de los que caminan, Dios de la historia en la que se va operando la salvación del hombre. En los evangelios se mostrará que Jesús es el verdadero Templo de Dios, no construido por mano de hombre y sin la ayuda de varón.
2.- Proclamamos a María como “Arca de la Alianza” Al encarnarse en ella la Palabra eleva infinitamente el valor del hombre. En expresión de San Agustín “Dios se hizo hombre, para hacernos a nosotros divinos”. La Encarnación es semilla de futuro. La Encarnación se renueva constantemente. Si el Hijo de Dios se encarnó en el seno de María, hoy se sigue encarnando en el seno de la Iglesia. La Palabra de Dios no sólo se hizo, se hace carne. La Palabra se encarna en todo el que la escucha y la acoge, como María. Cada creyente puede ser madre de Cristo. Resulta que ya está ahí la Navidad y Dios sigue buscando una casa para nacer. A la vez, sigue ofreciéndote una casa y una dinastía, es decir, el cumplimiento de tus esperanzas, la plenitud de tus deseos, la consecución de tus ideales, la perennidad de tus obras, la inmortalidad de tu persona. Todo esto te lo dará el Señor a cambio de tu fe. Sólo te pide que creas en él, que te fíes de él, que le dejes hacer a él. Te pide un "sí" confiado y entregado, como a María. No te pide cosas, sólo te pide tu voluntad, tu corazón. La Palabra se encarna en la comunidad que celebra su fe, en los que tienen hambre de justicia. La Palabra se encarna, y éste es lugar privilegiado de encarnación: pobres, débiles, enfermos, marginados.
3.- Dios espera nuestra respuesta. El compromiso que el Señor toma con nosotros en la Encarnación, como solidaridad, es una invitación a revisar nuestro modo de estar en-el mundo, a ver lo que nos cuesta salir de nuestro pequeño mundo individual o de grupo para embarcarnos en una sincera postura solidaria con todas sus consecuencias: vivir con otros muchos el proyecto de Dios. Si Dios tiende a "bajar", a ser uno más entre nosotros, incluso a esconderse, ¿no seguiremos nosotros empeñados en "subir", en aparentar, en imponer a la fuerza nuestros planes como Iglesia triunfante e influyente? Resulta terriblemente paradójico: ese Dios que tan silenciosamente se encierra en el seno de María, inicia así un camino de solidaridad que va a pasar casi inadvertido a los ojos de los hombres. Todo el anuncio de Jesús y toda su actividad va a mostrar que ha decidido liberarnos del pecado, de la enfermedad, de la pobreza, del desamor. Esa decisión de Dios... espera la nuestra. María respondió ¡hágase!

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