Meditación: Lunes de la semana 3 de Adviento. Ciclo B. 12 de diciembre, 2011
«Cuando llegó al Templo se acercaron a él, mientras enseñaba, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo y le preguntaron: ¿Con qué potestad haces estas cosas? y ¿quién te ha dado tal potestad? Jesús les respondió: También yo os voy a hacer una pregunta; si me la contestáis, yo os diré a mi vez con qué potestad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del Cielo o de los hombres? Ellos deliberaban entre sí diciendo: Si decimos que del Cielo, nos responderá: ¿por qué, pues, no le creísteis? Si decimos que de los hombres, hemos de temer a la gente; pues todos tienen a Juan por profeta. Contestaron a Jesús: No lo sabemos. El les respondió a su vez: Ni yo os digo con qué potestad hago estas cosas». (Mateo 21, 23-27)
1º. Jesús, ¡cómo conoces a la gente!
¡Cómo me conoces a mí!
Sabes que no van a responder a tu pregunta, y no por ignorancia, sino por el «qué dirán», por miedo a quedar mal.
Señor, cuando me busco a mí mismo, enseguida caigo en este tipo de cavilaciones mentirosas: que me vean, que no me vean, que crean que pienso de este modo, que no se note que he hecho esto,...
Ayúdame a ser sincero.
Primero, sincero conmigo mismo: ¡que no me engañe!
Si hago algo mal, que lo reconozca.
Sólo así podré pedir perdón y ayuda, y empezaré a mejorar.
Jesús, no contestas a los sacerdotes y ancianos.
¿Para qué explicarles nada, si no quieren aceptar la verdad, sino que van buscando la manera de retorcer tus palabras?
Si me parece que no me dices nada, ¿no será que yo tampoco estoy dispuesto a escuchar lo que me quieres decir?
¿No tendré que cambiar mis disposiciones de entrega antes de que Tú me puedas pedir algo?
2º. «Muchas, con aire de autentificación, se preguntan: yo, ¿por qué me voy a meter en la vida cíe los demás?
-¡Porque tienes obligación, como cristiano, de meterte en la vida de los otros, para servirles.
-¡Porque Cristo se ha metido en tu vida y en la mía.» (Forja.-24).
«¿Con qué potestad haces estas cosas?»
¿Con qué derecho te pones a dar lecciones a los demás?
Esta es la queja de los «tolerantes»: para ellos cada uno tiene «su» verdad y ninguna es mejor que otra para tratar de imponerse.
Jesús, ¿será cierto que cada uno tiene sus criterios y nadie está autorizado a situarse en los problemas de conciencia de los demás?
¿Habrá que relegar la religión a una cuestión personal, interior, que no debe tener manifestaciones públicas?
Yo sé que no es así, Jesús, porque Tú nos has dicho: «id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura» (Marcos 16,15).
Jesús, Tú te has metido en mi vida, me has llenado con tu luz y tu amor.
¿Por qué lo voy a ocultar como si fuera una infamia?
Siento la necesidad de comunicarlo a todos.
¡Soy feliz porque te he encontrado!, y quiero que los demás también te conozcan y te amen, y sean felices de verdad.
Los que están callados no es que sean respetuosos; tal vez están vacíos.
Tú no te quedaste callado, aunque muchos trataron de silenciarte.
Yo quiero imitarte Jesús; ayúdame a no tener respetos humanos para hablar de ti, aunque haya a quienes no les guste.
«¿Con qué potestad haces estas cosas?»
Tú mismo darás la respuesta antes de subir a los Cielos: «Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulas a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado». (Mateo 28,18-20).
Jesús, que me quede bien claro que tengo obligación, como cristiano, de preocuparme de la vida espiritual de mis familiares y amigos, enseñándoles con mi ejemplo y mi palabra lo que Tú nos has mandado.
Este es el mejor servicio que puedo hacerles, la mayor muestra de amistad y de amor: porque es llevarles a la felicidad terrena y eterna.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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