Meditación: Viernes de la semana 3 de Adviento. Ciclo B. 16 de diciembre, 2011.
«Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no recibo el testimonio de hombre, sino que os digo esto para que os salvéis. Aquél era la antorcha que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis alegraros por un momento con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, pues las obras que me ha dado mi Padre para que las lleve a cabo, las mismas obras que yo hago, dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me ha enviado». (Juan 5, 33-36)
1º. Jesús, hoy me hablas de tus milagros: «las obras que me ha dado mi Padre dan testimonio de mí.»
Juan también había dado testimonio de Ti, y su luz alumbró durante un tiempo.
«Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan».
Junto con las profecías del Antiguo Testamento -que se cumplieron en Ti con una exactitud inexplicable humanamente-, los milagros salidos de tus manos son una prueba irrefutable de que eres el Mesías enviado por Dios.
Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hechos 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él.
Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado.
Hasta los dirigentes judíos se dan cuenta: «Entonces los pontífices y los fariseos convocaron el sanedrín y decían: ¿qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él» (Juan 11,47-48).
Sin embargo, no quieren aceptar que eres el Hijo de Dios.
Jesús, ¿cómo es posible que, viendo tus milagros, no creyeran en Ti?
Tú mismo me das la respuesta en la parábola del rico Epulón: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite» (Lucas 16,31).
Si no hago oración, si no t
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