1.- “RENACER DE LAS PROPIAS CENIZAS”
Por Pedro Juan Díaz
1.- Hoy es miércoles de ceniza y comenzamos la Cuaresma con este signo de conversión. Pero realmente las cenizas no son una imagen agradable, nos recuerdan cosas negativas, restos de un incendio que lo ha destruido todo, ruinas, desolación.
2.- También en nuestras vidas puede haber “cenizas”, no tanto físicas, cuanto interiores, restos de algo que nos ha “quemado” por dentro. La situación de crisis que estamos viviendo esta dejando a muchas personas “reducidas a cenizas”: los parados cada vez son más, los encarcelados no encuentran vías de rehabilitación, los extranjeros viven marginados, los débiles no son apoyados, las familias se rompen, los proyectos de vida se ven truncados, nuestros jóvenes no ven norte ni futuro. Además, las cenizas crean contaminación. Vivimos en un mundo insostenible por nuestro modo de vivir irrespetuoso con el medio ambiente. Y la contaminación hace crecer las enfermedades y reduce la calidad de vida de las personas que habitamos este planeta. La ceniza, hoy, nos recuerda nuestro pecado, nuestra insolidaridad, nuestro egoísmo e individualismo. Necesitamos la conversión, necesitamos cambiar, no volver a cometer los mismos errores. Necesitamos “renacer de nuestras propias cenizas”.
3.- Esa es precisamente la llamada que Dios nos hace en este tiempo de Cuaresma. Un tiempo que se repite todos los años como signo de purificación, de limpieza, de recuperación. Un tiempo en el que Dios nos ofrece salidas para sacar nuestras vidas de las “cenizas”. Sólo Él puede hacerlo, sólo si confiamos en Él, sólo si estamos dispuestos a hacer ese esfuerzo de conversión que nos pide este tiempo, y la misma vida que estamos viviendo.
4.- La Palabra de Dios, que siempre es guía para nuestro caminar creyente, nos dice que la conversión es algo que nace del corazón, que no sirve hacer gestos y cosas exteriores si no tienen eco en nuestro interior. “Rasgad los corazones, no las vestiduras”, dice el profeta Joel en la primera lectura. Por mucho que hagamos en este tiempo de Cuaresma, si no nos cambia interiormente, sino limpia las “cenizas” interiores de nuestra vida, no sirve de nada.
5.- El Evangelio nos habla de ayuno, de oración y de limosna. Eran las tres obras de piedad por excelencia para el pueblo judío, y al cumplirlas se aseguraban el estar bien con Dios. Pero Jesús viene a decir que, además de cuidar la relación con Dios, hay que preocuparse también de las necesidades de los hermanos. La parroquia nos propone, en esta Cuaresma, ayudar a las necesidades de los hermanos más pobres a través de la recogida de alimentos. “Caritas necesita tu ayuda” es el lema de esta campaña. Necesitamos recoger todo tipo de alimentos no perecederos, cuantos más mejor, para seguir cubriendo las necesidades de muchas familias que viven entre nosotros. La solidaridad es la mejor manera para superar esta crisis, y en esto los cristianos tenemos que dar nuestro mejor ejemplo, como lo están haciendo las Caritas de tantas parroquias, como lo hace nuestra Iglesia, cerca de los pobres, al estilo de Jesús.
6.- No echemos en “saco roto” nada de esto, nos dice San Pablo. Tenemos una gran oportunidad para cambiar nuestros corazones y apostar por la solidaridad. La ceniza de este día se verá limpiada con el agua bautismal en la Vigilia Pascual. Comenzamos un camino de conversión, aprovechémoslo. El Señor nos invita a “renacer de nuestras cenizas”. Acojamos su invitación.
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2.- UN CAMINO HACIA LA RESURRECCIÓN
Por José María Maruri, SJ
1.- Hoy comenzamos la Cuaresma. Un camino hacia la Resurrección. Un camino al encuentro del Señor, que el Jueves Santo nos deja “su Mandamiento”: amaros como yo os he amado. Y el Viernes Santo nos enseña su propia muerte “cómo Él nos ha amado hasta dar la vida. Y es el Padre Dios, quien resucitando al Señor Jesús, nos dice que Él refrenda ese mandamiento y esa muerte por amor.
2.- Hoy al recibir la ceniza nos van a decir: “conviértete y cree en el Evangelio”. Conviértete al amor y cree en esa doctrina de amor que Jesús nos enseñó y el Padre refrenda.
--Vamos a reencaminar nuestras vidas por el camino de la frugalidad, austeridad, recortar gastos inútiles. Pero con un fin: podemos ayudar más a los demás.
--Vamos a recortar nuestro tiempo para tener más tiempo a los demás.
--Vamos a dar y darnos: dar cariño, alegría, oídos, compasión, compañía, ayuda económica al que la necesita.
3.- Este es nuestro ayuno, que según Isaías, Dios quiere de nosotros. Y así nuestra Cuaresma será feliz, porque es más feliz el que da que el que recibe.
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3.- RASGAR LOS CORAZONES, NO LAS VESTIDURAS
Por Gabriel González del Estal
1.- Esta frase del profeta Joel, puesta en la primera lectura, me parece una frase que resume muy bien el mensaje teológico y pastoral que debe tener la liturgia del miércoles de ceniza. Esta frase está puesta inmediatamente antes e inmediatamente después de la palabra “convertíos”. Es decir, que para convertirse, según el profeta Joel, lo que hay que hacer es rasgar los corazones y no las vestiduras. Rasgar el corazón, evidentemente, es cambiar el corazón. Y esta es, creo yo, la mejor penitencia que una persona puede imponerse a sí misma durante la cuaresma litúrgica y durante la gran cuaresma que dura la vida entera. Ya San Agustín lo vio muy claro, cuando dijo: “cambia tu corazón y verás cómo cambian tus acciones”. Muchas veces, nosotros empezamos por lo segundo: intentamos cambiar nuestras acciones, pero no queremos cambiar el corazón. Así, por ejemplo, en cuaresma nos imponemos algunas penitencias, como guardar el ayuno y la abstinencia, pero dejamos que nuestro corazón siga gobernado por malos impulsos, por el impulso del orgullo, de la lujuria, del egoísmo. Si el ayuno y la abstinencia no nos ayudan a cambiar nuestro corazón, el ayuno y la abstinencia no nos sirven para nada. Bueno, quizá nos sirvan para mejorar nuestra salud física, que ya es cosa harto buena, pero no es ese el sentido penitencial que la piedad cristiana ha atribuido siempre a la práctica cuaresmal del ayuno y la abstinencia. Y como nuestro corazón sigue vivo mientras nosotros vivimos, todos los días de nuestra vida deberemos trabajar en esta tarea de cambiar nuestro corazón, para poder así convertirnos al Señor. De hecho, nuestro corazón es nuestro principal campo de batalla. En esta batalla no podemos ser neutrales; deberemos luchar continuamente contra nosotros mismos, es decir, contra los malos impulsos que están enraizados en nuestro propio corazón.
2.- Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. También en el tema de la limosna y en el tema de la oración, lo más importante, desde el punto de vista espiritual, no son las acciones en sí mismas, sino la intención con la que las hacemos. Si damos limosna, o si rezamos, para ser vistos y presumir de santidad ante los que nos ven, nuestra limosna y nuestra oración no nos sirven a nosotros para nada. Puede servirles a aquellos a los que damos limosna, o a aquellos por quienes rezamos, pero nuestro Padre celestial no nos va a recompensar por ello. También la limosna y la oración deben contribuir a rasgar nuestro corazón, a hacernos más caritativos y mejores personas. La limosna y la oración no son fines en sí mismos, sino medios para cambiar nuestro corazón y hacerlo más parecido al corazón de Cristo, es decir, al corazón de nuestro Padre Dios.
3.- En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. La reconciliación con Dios y con los hermanos debe ser siempre un principal fruto cuaresmal. El corazón que no ama a Dios y al prójimo, no es un corazón cristiano. Amar es perdonar, amar es comprender, amar es ayudar. La cuaresma es un tiempo favorable para la salvación, como nos dice hoy San Pablo en su segunda carta a los Corintios. Rasgar el corazón, en la cuaresma, unidos a Cristo, nos ayudará a recibir la justificación de Dios. No echemos en saco roto la gracia de Dios.
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4.- LA LIMOSNA, LA ORACIÓN Y EL AYUNO
Por Antonio García-Moreno
1.- Tiempo de penitencia.- La primera lectura nos recuerda el mensaje del profeta Joel que nos llama al arrepentimiento y a la conversión. Una llamada propia de este tiempo de penitencia que es la Cuaresma y que hoy iniciamos. El rito de la ceniza se remonta al Antiguo Testamento, donde en muchas ocasiones el pecador se echaba ceniza sobre la cabeza en señal de pesar y arrepentimiento. Y junto ese rito la súplica ardiente pidiendo perdón. Una súplica que escucharemos con frecuencia, no sólo con palabras sino también en las ceremonias y ornamentos de morados colores, en la austeridad de la liturgia cuaresmal. La llamada a la penitencia, al arrepentimiento y a la conversión, tiene una perenne actualidad. De hecho la Eucaristía se inicia siempre con un acto penitencial. En efecto, el sacerdote nos dice que para celebrar dignamente el misterio eucarístico es necesario reconocer nuestros pecados y pedir perdón por ellos. Y ello es así porque sólo es que es humilde, con un corazón contrito u humillado, es grato a los ojos del Señor.
Una vez reconocido nuestro pecado, hemos de suplicar el perdón divino. Por eso la Iglesia, además de adoptar el color morado de la cuaresma, aumenta su clamor implorando piedad y compasión para este pueblo que, en tantas ocasiones pierde el sentido del pecado y es presa de sus ambiciones y egoísmos. En todos los tiempos hubo pecados y situaciones injustas, lo cual en nuestro tiempo también ocurre, quizás peor todavía, sobre todo en lo referente al respeto por la vida y a la búsqueda de la verdad.
Dios mío, Tú ya nos conoces, incluso sabías al crearnos que te traicionaríamos, que te olvidaríamos, que te despreciaríamos. Si, Señor, Tú sabías del barro que estamos hecho. Y, sin embargo, nos amaste, nos diste la vida, nos llamaste nos perdonaste tan¬tas veces... Gracias, Padre mío, por ser tan pródigo en tu perdón, tan derrochador de amores y misericordia. Bendito seas, Señor, bendito seas. Y sigue así, sigue enamorado de este pobre hombre que quiere y no puede, o que puede pero no quiere. Yo mismo no me comprendo. Sólo estoy seguro de una cosa, de que me amas hasta los celos... Quién te amara así, quién jamás te hubiera ofen¬dido...
2.- Prácticas cuaresmales.- El texto evangélico de hoy se refiere a tres prácticas piadosas, habituales en Israel: la limosna, la oración y el ayuno. En el cristianismo se da una continuidad con lo que en el pueblo elegido se hacía. Sin embargo, Jesús renueva el modo de hacerlas, sobre todo removiendo la hipocresía y enseñándonos a obrar siempre de cara a Dios y no de cara a los hombres. Es decir, buscar sólo el beneplácito divino y prescindir del pláceme humano... Así, al dar limosna no hay que hacer ostentación de ello; al contrario hay que procurar el anonimato y actuar de forma que nadie lo sepa sino sólo Dios... Con palabras hiperbólicas nos dice Jesús que no sepa la mano izquierda lo que de bueno hace la derecha
En cuanto a la oración, ha de ser íntima y personal. Por eso dice: "Tú cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo oculto..." Ese carácter personal de la oración, es un amable diálogo de tú a Tú, que no excluye la oración comunitaria, fundamental en la Eucaristía. Sin embargo, también entonces no podemos diluirnos en el anonimato, pues para el Señor no hay nunca una mera multitud, sino siempre personas con su propio nombre cada una...
En cuanto al ayuno hemos de considerar que es una práctica agradable a Dios, cuando se hace con espíritu de penitencia. El mismo Señor se retiró para orar y ayunar durante cuarenta días. Hoy se tiende a eliminar cuanto suponga sacrificio y se ridiculizan las prácticas penitenciales. En cambio, se da la paradoja de exaltar una estética que conlleva dietas adelgazantes y grandes caminatas, o asiduos ejercicios en gimnasios sofisticados y de ordinario de alto precio. En tiempo de Jesús también el ayuno se practicaba para quedar bien ante los demás, y se hacía ostentación de ello. El Señor, en cambio, nos aconseja que disimulemos nuestro sacrificio, para que no lo noten los demás. Hay que actuar no para agradar a los hombres, sino para mostrar nuestro amor a Dios nuestro Padre. Y tu Padre --nos dice Jesús-- que ve en lo escondido te lo recompensará
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