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martes, 19 de abril de 2011

Domingo de Pacua de la Resurrección del Señor. Homilías. Ciclo A. 24 de abril 2011

1.- HOY EL CORAZÓN DEBE LLENÁRSENOS DE ESPERANZA
Por Antonio García-Moreno
1.- PEDRO, PIEDRA BASILAR.- Una vez más es Pedro quien toma la palabra, como portavoz de los demás. Ahora en unas circunstancias decisivas y solemnes. Se trataba de incorporar a la Iglesia, al nuevo Israel, a quienes siempre se les había considerado como "goyim", como gentiles, paganos, gentes impuras e idólatras. Es verdad que será Pablo el que evangelice de modo particular a las gentes, por lo que recibiría el título de Apóstol de los gentiles. Pero antes, en este pasaje que contemplamos, san Pedro movido, casi arrastrado, por el Espíritu Santo entra en casa de Cornelio, venciendo sus escrúpulos de buen judío, y anuncia la Buena Nueva a la familia de aquel centurión romano.
Vemos en estos hechos la voluntad peculiar del Señor, respecto de Pedro, en relación con la fundación de la Iglesia. En efecto, el Señor hizo piedra de fundamento a Simón, el hijo de Jonás, llamado desde ese momento Pedro, precisamente por el papel que Jesucristo le había asignado como piedra basilar de la Iglesia. Y porque no era un privilegio personal sino en provecho de la Iglesia de todos los tiempos, esa condición de piedra de fundamento y de jerarca supremo pasaría luego a sus sucesores en la Sede romana, que el Príncipe de los Apóstoles había glorificado con su martirio.
Se lee en el texto que Jesús fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Podemos decir que también Pedro recibió de modo particular la fuerza de lo Alto, la especial asistencia del Espíritu Santo para poder desempeñar, a pesar de su debilidad, la tarea que el Señor le había encomendado. De hecho, Jesús en la última Cena le había prevenido diciéndole que el demonio estaba acechándolos para zarandearlos como se zarandea el grano, pero que él mismo había rogado por Pedro para que, una vez confirmado, confirmara él a los demás. Y así fue. El demonio lo derrotó en el atrio del sumo sacerdote ante una criada y unos siervos que le acusaban de ser discípulo de Jesús.
Pero la mirada profunda y entrañable del Maestro, el canto de un gallo rasgando el alba, fueron suficientes para hacerle llorar de dolor y de arrepentimiento. Después de aquella caída, Pedro repetirá una y otra vez, entre temeroso y confiado: "Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo". Y el Maestro le devolverá sus poderes, renovará su promesa y le encomendará que apaciente a sus ovejas.
2.- EL AMOR, MÁS FUERTE QUE LA MUERTE.- Era todavía de noche y todo estaba a oscuras. Era muy de madrugada cuando María Magdalena, empujada por su amor a Jesús sale hacia el sepulcro, junto con las otras mujeres, que como ella estaban ansiosas de ultimar el sepelio del cuerpo del Señor, de rendirle el último servicio. La muerte no les arredra porque el amor es más fuerte. El cariño, en efecto, pervive aún después de la muerte del ser querido. El amor intuye que el ser amado sigue presente de alguna forma, cercano y entrañable como siempre, e incluso más aún.
El hombre, a pesar de su condición humana, que a menudo se niega a creer en el más allá, en la existencia de otra vida diversa de ésta, a pesar de su "si no lo veo no lo creo", tiene como un misterioso sentido que le hace intuir que no todo termina con la muerte, y que en un sepulcro, donde sólo hay restos mortales, existe algo de ese ser querido que merece todavía el cariño y el recuerdo que encierran unas flores, una oración o simplemente una lámpara encendida.
Por eso las mujeres caminaban presurosas al rayar el alba, deseosas de honrar después de la muerte a quien tanto habían amado cuando estaba vivo. Por otra parte reflejaban con su conducta ese culto a los difuntos, tan arraigado en el judaísmo, y en las demás religiones. Es un fenómeno que indica la clara conciencia que tienen los hombres de una vida, la que sea, después de la muerte.
De hecho, la resurrección de Jesucristo es una confirmación de esa verdad sobre la vida eterna. Es este un motivo de esperanza y de gozo para cuantos estamos destinados a morir, viendo cómo la muerte nos ronda, o nos roza incluso con su fría y terrible guadaña. También es, sin duda, un motivo de gran consuelo el saber que nuestros seres queridos, esos que atravesaron el muro de la tumba, siguen vivos en alguna parte, capaces de seguir queriéndonos y de protegernos, necesitados quizá de nuestra ayuda, esa que le podemos prestar con una oración, con la aplicación de una Misa, con la entrega de una limosna, o de cualquier otra buena acción.
Por eso para un cristiano no tiene sentido la tristeza ante la muerte, no se entiende el miedo y la angustia. Hoy, fiesta de la Pascua, cuando celebramos la Resurrección de Jesucristo, el corazón debe llenársenos de esperanza, de ánimo y de buenos deseos, de ganas de vivir de tal forma que no nos importe morir. Vivir con esa fe es dar contenido y valor a toda nuestra existencia, infundir optimismo y esperanza permanente.
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2.- VIVAMOS COMO PERSONAS RESUCITADAS
Por Gabriel González del Estal
1.- La fe en la Resurrección de Jesucristo es un dogma cristiano, un dogma fundamental porque es el dogma en el que se fundamentan, según pensaba San Agustín, todas las enseñanzas cristianas. Ninguno de los discípulos y seguidores de Jesús fue testigo directo del momento de la resurrección. Las dos razones principales que aducían los apóstoles para fundamentar su fe en la Resurrección de Jesús eran la comprobación del sepulcro vacío y las apariciones del Resucitado a algunas de las personas que más le amaron mientras el Resucitado vivió aquí en la tierra. Ninguna de estas dos razones puede demostrar científicamente nuestra fe en la Resurrección, de acuerdo con las exigencias de la historia y de la ciencia empírica actual. Por eso, nuestra fe en la Resurrección es un dogma de fe, una verdad revelada, no una verdad empírica y científicamente demostrable.
2.- Lo más importante no es el cómo de la Resurrección de Jesucristo, y de nuestra propia resurrección; lo realmente importante es que nosotros hagamos de nuestra fe en la resurrección una experiencia vital que nos impulse a vivir como personas resucitadas, en comunión espiritual con el Resucitado. La fe en la resurrección ha sido, de hecho, para muchas personas, una fuerza interior profunda que les ayudó a soportar grandes dificultades y hasta el propio martirio. San Ignacio de Antioquia, a principios del siglo II, les escribía a sus fieles cristianos, cuando iba camino del martirio, que deseaba ser triturado por los dientes de las fieras, para poder así ofrecerse a Cristo, como pan triturado e inmolado, y unirse definitivamente con el Resucitado. Este mismo sentimiento, experimentaron, sin duda, algunos de los apóstoles y discípulos de Cristo, cuando caminaban hacia el martirio. La fe en la resurrección fue para ellos una fuerza mayor que el miedo a la muerte. Fue su fe en la resurrección la que les convirtió en testigos valientes y en mártires cristianos.
3.- Muchas de las realidades de este mundo nos parecerían inexplicables, si suprimimos nuestra fe en la resurrección. Vivimos en un mundo en el que la injusticia y la mentira triunfan y campan por doquier. Los justos no tienen, en este mundo, mejor suerte que los injustos. Es nuestra fe en la resurrección la que nos dice que merece la pena seguir intentando ser justos, aunque por esto tengamos que sufrir penas y hasta el mismo martirio. Dios nos resucitará, como resucitó a Jesús, en nuestro último día, y nos juzgará según nuestras obras y su infinita misericordia. Nuestra fe y nuestra esperanza en la resurrección iluminan nuestro difícil caminar aquí en la tierra.
4.- El genial músico Mozart decía, en una carta a su padre, que su fe en la resurrección le había quitado el miedo a la muerte: “Por eso, hace años que he entablado una amistad tan profunda con esa verdadera y excelente amiga, que es la muerte… Todo lo contrario: me es reconfortante y consoladora”. Y nuestro recordado y querido José Luís Martín Descalzo escribió en su libro “Testamento del pájaro solitario”: Morir sólo es morir. Morir se acaba… Morir… es encontrar lo que tanto se buscaba.
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3.- DIOS ESTA A NUESTRO FAVOR
Por José María Martín OSA
1.- ¡Cristo ha resucitado! Hoy es el día en que la vida de Jesús adquiere validez, el sello que garantiza que todo lo anterior ha sido auténtico, que no ha sido un sueño más, que Jesús no ha sido un loco soñador como tantos que nos encontramos a lo largo de la vida. Lo proclama Pedro: Dios resucitó al Jesús que pasó haciendo el bien. La muerte ha sido vencida. La Pascua no es un “pasar” del hombre. Es pasar por el hombre y quedarse definitivamente para siempre.
2.- Desde ahora aspiramos a los bienes de arriba. Esto no significa olvidarnos de nuestro compromiso con la tierra. Significa que el paso del Señor nos reviste de inmortalidad y nuestro destino es la Vida para siempre. A partir de ahora, aunque tengamos que saludar a la hermana muerte, ésta ya no será un motivo para el miedo o para el temor. Cristo nos ha abierto las puertas de la vida. Aunque pasemos por momentos de incertidumbre, sentiremos que el Señor nos acompaña en el caminar y nunca serán mayores las dificultades que nuestra capacidad para hacerles frente. Podemos decir a partir de hoy que “otro mundo es posible”, que otra manera de relacionarnos es posible, que otra manera de vivir y compartir es posible.
3.- Hoy renovamos nuestra fe. Entendemos las Escrituras y creemos, como María Magdalena, como Pedro y “el otro discípulo”, que Cristo vive y está muy dentro de nosotros. El transforma nuestra vida. En el Bautismo fuimos incorporados a la muerte y resurrección de Cristo. Su suerte desde entonces será la nuestra. Hoy es un día para celebrar y festejar, para hacer fiesta con los hermanos. Hoy es día para vivir comunicando esperanza en que la muerte no podrá con la vida porque Dios está con nosotros, empuja en nuestra misma dirección. Esta es la razón más profunda de nuestra fe y nuestra esperanza. La duda y la tristeza de los discípulos al creer que se habían llevado a Jesús se tornó en alegría. Creemos en el Dios de la vida y eso nos hace cultivadores y guardianes, protectores de la vida y de la fraternidad. Hoy es un día para salir al mundo y gritar con nuestro testimonio y con nuestro estilo de vida: “¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Feliz Pascua de Resurrección! Que el encuentro con Cristo Resucitado sea para nosotros un motivo para vivir, para esperar y para creer que Dios está a nuestro favor.

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