Buscar este blog

jueves, 29 de septiembre de 2011

Meditación: Viernes de la semana 26 tiempo ordinario; 30 de septiembre, 2011; año impar

Meditación: Viernes de la semana 26 tiempo ordinario; 30 de septiembre, 2011; año impar
«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han sido hechos en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia sentados en saco y ceniza. Sin embargo, Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras en el juicio.
Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? Hasta el infierno serás abatida.
Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado». (Lucas 10, 13-16)

1º. Jesús, hoy me recuerdas una de las grandes verdades de la fe católica: «Quien a vosotros oye, a mí me oye».
Tu misión no se acaba con los apóstoles, sino que has venido para salvar a los hombres de todos los tiempos: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28,20).
Por eso cuando dices «vosotros» no sólo te refieres a esos pescadores de Galilea, sino también a todos sus sucesores, los obispos.
Quien oye a los obispos -y en especial a Pedro, al Papa- cuando hablan sobre verdades de fe, no escuchan a unos predicadores más o menos inteligentes con los que se puede estar más o menos de acuerdo.
Te escuchan a Ti.
Jesús, quieres dejarme esta idea bien clara, porque la tentación es peligrosa.
Que fácil es pensar que yo sé más, que yo puedo interpretar la Biblia tan bien o mejor que el Magisterio de la Iglesia.
Que difícil, en cambio, es obedecer.
Hoy en día parece que el valor más importante es una libertad sin límites, y que -por tanto- nadie me puede imponer su autoridad.
Y por entronizar una libertad mal entendida, muchos se alejan de la verdad, de Ti.
«Quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado.»
Jesús, aunque el Papa y los Obispos sean hombres como yo -y, por tanto, puedan cometer errores-, en materia de fe tienen una especial asistencia del Espíritu Santo.
Por eso se explica que durante dos mil años, a pesar de las debilidades humanas y de las difíciles circunstancias por las que ha pasado la Iglesia -persecuciones, divisiones, herejías, presiones de todo tipo-, las verdades de fe se han mantenido intactas.
«Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio del «sentido sobrenatural de la fe», el pueblo de Dios «se une indefectiblemente a la fe», bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia» (C. I. C.-889).

2º. «Dice Jesús: «Quien a vosotros oye, a mi me oye». ¿Crees todavía que son tus palabras las que convencen a los hombres?... Además, no olvides que el Espíritu Santo puede valerse para sus planes del instrumento más inepto» (Forja.- 671).
Jesús, indirectamente, también te refieres a todos los cristianos -puesto que todos somos discípulos tuyos- cuando dices: «Quien a vosotros oye, a mí me oye».
Cuando hablo de Ti a algún amigo, lo importante no es tanto la lógica de mis argumentos, ni mi facilidad de palabra, sino mi unión personal contigo, mi vida interior.
Sólo de esta manera seré un buen instrumento tuyo y mis palabras serán eco fiel de las tuyas.
Jesús, si no son mis palabras las que convencen a los hombres, sino la gracia del Espíritu Santo, se comprende que el primer apostolado sea la oración y la mortificación por las personas a las que quiero acercar a Ti.
Por más inepto que sea el instrumento, y por más difíciles que sean mis amigos, si rezo con fe y ofrezco pequeños sacrificios por ellos, Tú les darás la gracia necesaria para que mejoren y te amen.
«¡Ay de ti, Corozaín!...»
Jesús, quieres recordarme que a quien más se le da, más se le va a pedir.
Yo he tenido una educación y unos ejemplos que me han facilitado mucho el camino de la fe.
Otros, en cambio, han recibido menos.
Que tenga el sentido de responsabilidad de hacer fructificar esos talentos que me has dado.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

No hay comentarios: