Evangelio del Domingo XXVII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 2 de octubre, 2011
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (21, 33-43)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.
Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Este es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.
Ahora, díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?” Ellos le respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.
Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura:
La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable?
Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión:
Para Jesús el Reino de Dios estaba abierto a todos los seres humanos « de buena voluntad», o sea, que tuvieran como valor primero de su vida el Amor y la Justicia. El Reino es «Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gratuidad, Amor». Por eso, no eran importantes para Jesús las diferencias raciales, de género o de cualquier otro tipo: todas las personas «de buena voluntad», todas las que estén dispuestas a vivir la solidaridad fraterna, están invitadas. Y Jesús no sólo lo propuso como un ideal, sino que lo realizó en la práctica.
Esta manera de actuar y de pensar le acarreó agudos y profundos conflictos con los grupos religiosos y políticos de la época, incluso con sus propios discípulos. Para los hombres ortodoxos esta apertura del Reino de Dios a los extranjeros, enfermos y pecadoras era absolutamente impensable. Más aún, ellos consideraban que fuera de Israel y de su particular religión no había salvación para nadie. Se consideraban «propietarios» del Reino de Dios.
Jesús los desafía abiertamente, y por medio de esa comparación con la viña, les muestra que la ortodoxia recalcitrante no conduce a la salvación. El profeta de Galilea se burla de las pretensiones privatizadoras de los ortodoxos y les muestra que Dios entrega el Reino a aquellas comunidades que viven el amor y la justicia. El Reino no es propiedad privada de nadie ni de ningún grupo en particular. Nadie lo tiene asegurado a título de una raza o religión concreta.
Toda la vida y ministerio de Jesús es compromiso con la vida. Sus acciones y palabras convocan a todos a compartir su vida en la nueva realidad humana y mundana que la construcción del Reino va provocando: sus obras poderosas, su acogida hacia los excluidos, el anuncio de la utopía de Dios que abre nuevos horizontes de esperanza en el corazón de los pobres. Éstos y otros signos son manifestaciones de la voluntad del Padre que envía a Jesús para que los hijos e hijas «tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10) y que, por ello, invita a celebrar el retorno del hijo «que estaba muerto y ha vuelto a la vida» (cf. Lc 15,32).
La denuncias de Jesús, por otra parte, nos indican que el mensajero del Dios de la Vida no puede permitir que el ser humano esté permanentemente torturado por experiencias de muerte. Queremos que nuestra vida y nuestro ministerio sean una confesión y un testimonio de nuestra fe en el Dios «que ama la vida» (Sab 11, 26). Como seguidores de Jesús sabemos que esta vida se manifiesta y goza en plenitud cuando se pone totalmente al servicio del Reino (cf Mt 10,39).
Jesús, el Hijo del hombre, está dispuesto a dar su vida en rescate por todos (cf Mt 20,28). Nadie le quitó la vida; él la entregó libremente. De él hemos aprendido que ser buen pastor es desvivirse por el rebaño, dar la vida por los hermanos (cf Jn 10,11). En este momento debemos sumarnos a tantos cristianos y cristianas que en los últimos años han optado por servir a la vida, aun a riesgo de perder o complicar la suya propia. Al hacerlo, prolongamos la mejor tradición cristiana, confiados en la intercesión de nuestros hermanos y hermanas mártires.
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