Meditación: Sábado de la semana 28 tiempo ordinario. 15 de octubre, 2011; año impar
«Os digo, pues: todo el que me confiese ante los hombres, también el Hijo del Hombre lo confesará ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios. Todo el que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado. Cuando os lleven a las sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo defenderos, o qué tenéis que decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir». (Lucas 12, 8-12)
1º. Jesús, por ser cristiano estoy llamado a dar testimonio de Ti.
Quiera o no, mi ejemplo -bueno o malo- es visto por todos los que me rodean y me tratan.
Si me comporto con visión sobrenatural, si trato de identificarme contigo y hacer siempre tu voluntad, estaré dando un testimonio fiel de Ti, te estaré confesando ante los hombres.
Jesús, hay momentos en los que cuesta especialmente dar testimonio cristiano.
Por ejemplo, cuando mi grupo de amigos se divierte ridiculizando a la Iglesia o a personas consagradas; o cuando algunos planes a los que me invitan no son dignos de un cristiano; o cuando es difícil ser honrado en los negocios.
En esos momentos, lo natural para un cristiano es ser «antinatural»; es decir, dar la cara, ir contra corriente.
Jesús, también me pides que dé testimonio cristiano cuando sufro algún revés físico, económico o moral.
La serenidad, la fortaleza, la esperanza y la paz con que un cristiano afronta el dolor son muchas veces el mayor testimonio de fe, la mejor enseñanza, el ejemplo que la gente más necesita y que más hondo caía en el alma.
«Vosotros tenéis que desarrollar una tarea altísima, estáis llamados a completar en vuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia. Con vuestro dolor podéis afianzar a las almas vacilantes, volver a llamar al camino recto a las descarriadas, devolver serenidad y confianza a las dudosas y angustiadas. Vuestros sufrimientos, si son aceptados y ofrecidos generosamente en unión de los del crucificado, pueden dar una aportación de primer orden en la lucha por la victoria del bien sobre las fuerzas del mal, que de tantos modos insidian a la humanidad contemporánea. En vosotros, Cristo prolonga su pasión redentora» (Juan Pablo II).
2º. «Nuestro Señor Jesucristo lo quiere: es preciso seguirle de cerca. No hay otro camino. Esta es la obra del Espíritu Santo en cada alma -en la tuya-, y has de ser dócil, para no poner obstáculos a tu Dios» (Forja.-860).
Jesús, aunque en las obras que Dios hace en el mundo están siempre presentes las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ciertas obras se atribuyen especialmente a cada una: al Padre, la creación; a Ti, la redención; y al Espíritu Santo, la santificación de las almas y de la Iglesia.
Tú quieres que te siga de cerca, que sea santo.
Para eso me has redimido muriendo en la cruz.
Pero la redención se aplica en mi vida a través de la gracia del Espíritu Santo.
La santificación es obra del Espíritu Santo en cada alma.
Jesús, hoy me dices que no me preocupe ante las acusaciones y las insidias de los incrédulos.
«El Espíritu Santo os enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir».
Fortalecido e iluminado por la gracia del Espíritu Santo sabré responder bien por mal, verdad por mentira, honestidad por hipocresía.
Pero he de saber que mi fortaleza es prestada, que yo -por mí mismo- no valgo nada, ni puedo nada.
Por eso he de acudir a esos medios santos –los Sacramentos- para llenarme de gracia divina.
«Todo el que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado.»
Jesús, Tú perdonas a todo el que se arrepiente de su pecado.
Sin embargo, a quien no confíe en el poder salvador del Espíritu Santo, no podrás perdonarle, porque le falta una condición necesaria: la contrición.
Por eso, la desesperación y el endurecimiento del corazón son pecados muy graves: «El que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado.»
María, tú eres la esposa del Espíritu Santo.
Tú confiaste siempre en El, obedeciendo fidelísimamente sus inspiraciones.
Ayúdame a buscar, encontrar y amar a Dios Espíritu Santo, porque es Él quien me ha de santificar.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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