Meditación: Viernes de la semana 28 tiempo ordinario. 14 de octubre, 2011; año impar
«En esto, habiéndose reunido una muchedumbre de miles de personas, hasta atropellarse unos a otros, comenzó a decir en primer lugar a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay oculto que no sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo techo será pregonado sobre los terrados. A vosotros, amigos míos, os digo: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer nada más. Os enseñaré a quién habéis de temer: temed al que después de dar muerte tiene poder para arrojar en el infierno. Si, os digo: temed a éste. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno solo de ellos queda olvidado ante Dios. Aún más, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis: vosotros valéis más que muchos pajarillos». (Lucas 12,1-7)
1º. Jesús, hoy me hablas del temor.
Hay muchas clases de temor, y los hombres las experimentamos en diversos grados y con distinta frecuencia.
+Un temor muy frecuente es el temor a quedar mal.
+Otros temores cotidianos son el temor al fracaso, el temor al sufrimiento, o el temor ante la incertidumbre.
+Un caso muy generalizado es el temor a la muerte.
Todos estos temores, que son humanos, producen inquietud y malestar, y por ello suelen provocar cierta actitud defensiva o de rechazo.
Sin embargo, Jesús, no me hablas de ninguno de estos temores.
«Os enseñaré a quién habéis de temer».
Lo que he de temer es todo lo que me aparte del amor a Dios y a los demás: es decir, el pecado.
El demonio, junto con las tentaciones del mundo y de la carne, son aliados del pecado lo suficientemente poderosos como para desconfiar de mi capacidad personal para combatirlo.
Y esta desconfianza en mis fuerzas me produce temor.
Pero este temor es muy saludable: es el temor de Dios, el temor de ofender a Dios.
Ayúdame, Jesús, a tener verdadero temor a pecar; un temor que nace del amor que te tengo y de darme cuenta de que soy débil.
Por eso es un temor santo, que me impulsa a rezar más, a pedir más ayuda, a evitar las tentaciones.
El temor de Dios es uno de los siete dones del Espíritu Santo.
Espíritu Santo, aumenta en mí este don, de modo que esté más alerta ante las tentaciones del demonio.
«Bienaventurada el alma de quien teme a Dios: está fuerte contra las tentaciones del diablo; bienaventurado el hombre que persevera en el temor y a quien le ha sido dado tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Quien teme al Señor se aparta del mal camino y dirige sus pasos por la senda de la virtud; el temor de Dios hace al hombre precavido y vigilante para no pecar. Donde no hay temor de Dios reina la vida disoluta» (San Agustín).
2º. «Me duele ver el peligro de tibieza en que te encuentras cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado.
-Di conmigo: ¡no quiero tibieza!: «confige timore tuo carnes meas!» ¡dame, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar!» (Camino.-326).
Hay dos tipos de temor de Dios.
El temor servil, que es el temor al castigo merecido por el pecado;
y el temor filial, el temor a disgustar a un padre que me ama tanto hasta el punto de morir por mí.
Jesús, te pido ese temor filial, que me haga reaccionar cuando no hago lo que Tú esperas de mí.
No por temor al infierno, sino porque quiero corresponder a tu amor, porque no quiero hacerte sufrir más.
Ya hay otros que te hacen sufrir.
Yo quiero ser tu amigo, uno de aquellos a quienes hoy llamas «amigos míos.»
Si vivo así, no tendré ningún otro temor.
Ni siquiera temor a la muerte, porque me doy cuenta de que estoy en manos de Dios.
Y Dios, además de ser todopoderoso, es mi Padre.
Yo le importo: «Vosotros valéis más que muchos pajarillos.»
Por eso, todo lo que me ocurra es para mi bien.
De ahí que, hablando de estos temores humanos, me puedas decir: «no temáis, yo estoy con vosotros» Mateo 28,20).
Jesús, aumenta mi temor filial para que me decida a buscar seriamente la perfección, esto es, la santidad.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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