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jueves, 22 de marzo de 2012

Homilías V Domingo de Cuaresma 
25 de marzo de 2012

Homilías V Domingo de Cuaresma 
25 de marzo de 2012 1.- SERVIR COMO JESÚS NOS HA SERVIDO Por Pedro Juan Díaz 1.- En este último domingo de la Cuaresma, antes de encarar la Semana Santa, se nos presenta la Palabra de Dios a modo de síntesis de todo lo que hemos ido escuchando y reflexionando en estos domingos. La gran alianza, la nueva alianza que Dios quiere hacer con las personas va a pasar por la muerte de Jesús en una cruz. Pero no por la cruz como tal, sino por la actitud de Jesús y la manera de afrontar esa muerte. 2.- Jeremías, en la primera lectura, insiste una vez más en que, a pesar de las muchas infidelidades del pueblo a la Alianza, Dios insiste y permanece fiel. No es la ley la que es mala y por eso no la cumplen las personas. Se trata, más bien, de cambiar a las personas. Y Dios va a hacer algo grande, algo que cambiará el corazón de las personas y les infundirá un espíritu nuevo, algo que ayude a las personas a crecer en confianza en Dios y en seguridad de que Él es fiel y no nos va a abandonar. Así también nosotros se lo hemos pedido a Dios en el Salmo respondiendo: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro”. 3.- Ese “algo” grandioso de Dios a favor de las personas va a ser la entrega de su propio Hijo en la cruz. Jesús va a ser el que lleve a cumplimiento esa nueva alianza de Dios con las personas. “Ha llegado la hora”, dice Jesús, la hora de darle a su vida el verdadero sentido. La actitud de Jesús al afrontar la cruz es morir para dar fruto: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. 4.- Jesús va a ser “levantado de la tierra”, es decir, crucificado. Pero con esa muerte va a dar gloria a Dios. Por eso la voz del cielo habla de “glorificarle otra vez”. Jesús es ese grano de trigo que, muriendo, va a dar mucho fruto. Y los que queremos ser sus seguidores, hemos de vivir con la misma actitud de servicio, es decir, no pensando tanto en nosotros mismos, sino más en los demás. 5.- Jesús siente angustia por lo que va a pasar, pero también mucha esperanza y confianza en Dios, su Padre. Jesús siente que su muerte no va a ser en balde y quiere transmitir a sus discípulos que la actitud para vivir la vida a su estilo es el servicio. El triunfo de Jesús pasa por el silencio y por la muerte, como el grano de trigo. Aquí vemos el verdadero significado de “perder la vida” por los demás y por Dios, no mirando tanto el satisfacer nuestros caprichos, cuanto en servir como Jesús nos ha servido a todos. Este es el gran signo de identidad de los cristianos. Y cuando uno sirve, sirve a los demás, muere a sí mismo, y sirve sembrando perdón y amor, que es como Jesús muere, amando y perdonando. Eso es lo que hizo grande la cruz. 6.- La cruz, por sí misma, no tiene ningún sentido, pero Jesús le dio un sentido pleno y total por su forma de entregar la vida, aceptando el plan amoroso de Dios, esa nueva alianza grabada en los corazones. “Todos me conocerán – pone Jeremías en boca de Dios – cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados”. Y ahí está Jesús, perdonándonos a todos, crucificando con Él nuestros pecados. Y ahí está Dios, amándonos y perdonándonos. 7.- Por eso la cruz y la resurrección es el gran signo de la alianza nueva de Dios con las personas. El hombre entregado y sacrificado ha sido glorificado por Dios. Desde ese momento, en cada corazón Dios ha puesto su Espíritu Santo, para que, a pesar de nuestras fragilidades y de nuestros pecados, podamos contar con Dios y con su fuerza para superar cualquier adversidad y para vivir esta vida con el mismo estilo de confianza en Dios y de servicio a las personas que la vivió Jesús. 8.- Esto es lo que recordamos cada vez que nos acercamos a la Eucaristía. Esto es lo que vamos a vivir, de manera especial, en la Semana Santa, que comenzaremos el próximo domingo con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y nuestra procesión con las palmas y los ramos. Es una semana grande, es una semana de fe, es una semana para no olvidar que, cada día, Dios está con nosotros, en la Eucaristía, en los pobres, en cada persona. A nosotros nos queda acogerles con nuestra actitud de servicio a los demás. 2.- ES LA HORA DE SERVIR A CRISTO Por José María Martín OSA 1.- Una nueva alianza escrita en el corazón de cada uno. Jeremías se abre a la esperanza escatológica para anunciar una "alianza nueva". La profecía de Jeremías adquiere todo su significado en la situación crítica en la que fue pronunciada. Recordemos que eran tiempos de ruina nacional, en los que el Templo con todos sus símbolos se vino abajo. Es la primera vez que aparece este concepto de la "nueva alianza", que pasaría después al Nuevo Testamento y a la iglesia cristiana. Las partes de esta alianza serán las mismas que pactaron en el Sinaí: Yahvé será el Dios de Israel, y éste el pueblo de Dios. Pero esta alianza nueva, escrita en el corazón, sólo será posible si el mismo Dios purifica antes los corazones y perdona el pecado que en ellos está grabado. Jeremías señala la responsabilidad personal de cada persona. Es una relación personal con Dios, que meterá su ley en el pecho y en el corazón de cada uno. “Mi sacrificio es un espíritu quebrantado”, dice el Salmo responsorial. San Agustín comenta que el que así ora reconoce su responsabilidad personal “se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado; tú no lo desprecias. Este es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios”. 2.- La obediencia y la angustia de Jesús. En la segunda lectura, de la Carta a los Hebreos el autor describe con palabras conmovedoras y llenas de realismo la oración y la angustia de Jesús. Evidentemente se refiere al trance de Getsemaní, cuando Jesús tuvo que experimentar en su propia carne la repugnancia natural ante una muerte que se acercaba. El que iba a ser constituido mediador y sacerdote de la nueva alianza se acercó a los hombres y bajó hasta lo más profundo de nuestro dolor. Sabemos que Jesús padeció y murió en la cruz después de su oración en el Huerto de los Olivos. Si, no obstante, se dice aquí que fue escuchado, esto sólo puede tener dos sentidos igualmente válidos: que Jesús venció su repugnancia natural a la muerte y aceptó la voluntad del Padre y que el Padre lo libró de la muerte resucitándole al tercer día. Frecuentemente se habla en el Nuevo Testamento de la obediencia de Jesús, pero ésta es la obediencia del Padre, que se muestra muchas veces como desobediencia a los hombres y a las leyes humanas. Por su obediencia al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, Jesús alcanzó una vida cumplida, perfecta, gloriosa, y fue constituido en Señor que ahora da la vida a todos cuantos le obedecen. 3.- Dar fruto como el grano de trigo que muere en el surco. Tras le resurrección de Lázaro mucha gente decidió seguir a Jesús. Los fariseos comentan llenos de rabia en el versículo anterior al comienzo de este texto: “Todo el mundo se ha ido tras él”. Todo el clamor de la multitud y el triunfo que le acompaña no puede impedir que Jesús esté en su interior profundamente preocupado; pues ha llegado la "hora" de su "exaltación", de su muerte y también de su verdadera glorificación en la cruz. Es la hora señalada por el Padre para realizar la siembra necesaria, sin la que no es posible la cosecha. Y Jesús es el grano. Es preciso que muera para que se extienda por todo el mundo su obra de salvación. La cosecha que Jesús espera no es otra que la salvación del mundo por la fe en su evangelio. Juan utiliza siempre la expresión "dar fruto" en este sentido misionero. La eficacia de la muerte de Jesús para la extensión del reino de Dios entre los hombres y los pueblos no es una eficacia automática: por lo tanto no ahorra a nadie la opción libre por el evangelio. Por eso Jesús, que ha cumplido en su vida y en su muerte la ley de la siembra, de la generosidad y la entrega, nos advierte que todos debemos hacer lo mismo que él si queremos entrar con él en la vida eterna. Pues el que sólo se cuida de sí mismo y no tiene más preocupaciones que la de salvar su vida, la pierde; en cambio, gana la vida eterna el que vive y muere por los demás. 4.- Servir a Cristo en el hermano. Jesús obedeció al Padre cuando llegó su "hora". Jesús recuerda a sus discípulos que deben servirle y servir al evangelio siguiendo su camino hasta el final. ¿En qué consiste “servir a Cristo”?. San Agustín nos lo explica: “Debemos buscar en este mismo texto qué significa servir a Jesús, sin tener que recurrir a otros. Cuando dijo: Si alguno me sirve, sígame, indicó lo que quería decir: Si alguno no me sigue, ése no me sirve. Sirven, pues a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Sígame, es decir, vaya por mis caminos y no por los suyos. El que sirve así, sirve a Cristo y se le dirá con justicia: Lo que hiciste a uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste. Y a quien sirva a Cristo de este modo, el Padre le honrará con el extraordinario honor de estar con su Hijo y su felicidad será inagotable”. 3.- LA ALIANZA NUEVA Y EL GRANO DE TRIGO Por Gabriel González del Estal 1.- Mirad que llegan días en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. El que habla ahora, en nombre de Dios, es el profeta Jeremías. Jeremías sabe que en la alianza antigua, con Noé, con Abrahán, con Moisés, Dios se había comprometido a proteger a su pueblo, siempre y cuando éste cumpliera los mandatos que el Señor le daba. El profeta Jeremías sabe también que el pueblo no había cumplido en muchísimas ocasiones los mandatos del Señor, por lo que se había hecho merecedor de muchos de los males que había padecido. Pues bien, el Señor, por boca del profeta, les dice ahora: mirad que llegan días en que haré con la casa de Israel y de Judá una alianza nueva y distinta: “meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones, todos me conocerán, cuando yo perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados”. Dios, gratuitamente, perdonará a su pueblo y todos le conocerán. Los cristianos siempre hemos visto en este texto un anuncio de lo que sería la nueva y eterna alianza que hizo Dios con nosotros, a través de su hijo Jesucristo. El cuerpo de Cristo, que será entregado por nosotros, y la sangre de Cristo, que será derramada por nosotros, nos han conseguido, generosa y gratuitamente, el perdón y la gracia de Dios. Ya no hacen falta más sacrificios expiatorios; el sacrificio único de Cristo nos ha traído para siempre la salvación. Si nosotros, durante nuestra vida, vivimos en comunión con Cristo y somos miembros vivos de su cuerpo, moriremos y resucitaremos con él. Esta es la nueva y eterna alianza que entrevió y profetizó el profeta Jeremías. 2.- Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. Cristo está pensando en sí mismo cuando dice esta frase. Él va a morir, como el grano de trigo, y resucitará, como espiga dorada por el sol. Esto era lo que no acababan de entender sus discípulos: que Cristo tuviera que morir y que sólo cuando muriera sería “elevado sobre la tierra, atrayendo a todos hacia él”, con su resurrección. Cristo les dice que los que quieran seguirle tendrán que morir, como el grano de trigo, antes de resucitar con él; “el que quiera servirme, que me siga”. Sólo por la cruz del calvario se llega a la luz de la resurrección. Sabemos, pues, que para ser discípulos y seguidores de Cristo debemos hacer del sufrimiento un camino de salvación. No nos gusta sufrir por sufrir, detestamos el sufrimiento inútil y absurdo, tanto para nosotros mismos como para los demás. Pero la vida está llena de dolores necesarios para nuestra salud corporal y espiritual. Estos son los dolores que debemos aceptar con valentía cristiana, haciendo de ellos camino de salvación. A Cristo tampoco le gustaba sufrir –mi alma está triste hasta la muerte-, pero, porque su sufrimiento y su muerte eran necesarios para la salvación del mundo, aceptó el sufrimiento –no se haga mi voluntad, sino la tuya-. 3.- Señor, quisiéramos ver a Jesús. Esto le decían unos gentiles a Felipe, el de Betsaida de Galilea. Estos gentiles habían oído hablar de las maravillas que hacía Jesús y querían conocerlo. Los que tenemos la suerte de conocer, aunque sea muy imperfectamente, a Jesús, debemos estar siempre dispuestos a contar las maravillas que Dios ha hecho en nosotros a través de su hijo, Cristo, y a llevar a los que no le conocen hasta él. “El que me ve a mí, le había dicho el mismo Jesús a Felipe, ve al Padre”. A través de la figura de Cristo debemos los cristianos llevar a las personas al conocimiento de Dios. Y nosotros mismos que, a través de la fe, ya hemos visto a Jesús, debemos pedir todos los días a nuestro Padre Dios que nos haga ver cada día con un poco más de claridad a la persona de Cristo. Ver a Cristo, para nosotros, debe ser acercarnos cada día un poco más a él, hasta vivir en comunión totalmente con él.

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