Evangelio del Sábado XXIV Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 16 de septiembre, 2011
Lectura del Santo Evangelio, según San Lucas 8,1-3
Gloria a ti, Señor
Algunas mujeres acompañaban a Jesús y le ayudaban con sus bienes
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús
Reflexión
La realidad de la cruz y del dolor está íntimamente ligada a la experiencia del cristianismo y, por supuesto, a la persona de Cristo; el dolor y la muerte abren camino a la resurrección y a la vida plena; el misterio del dolor y de la cruz, en contextos donde son crucificados no sólo personas sino pueblos, culturas y hasta la madre tierra, exigen signos de vida y esperanza.
En ese juego de palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo…. Hijo, ahí tienes a tu madre”, dirigidas a su madre y al discípulo amado, encontramos la maternidad amplia de la que nos habla Jesús, maternidad nacida del dolor y el sufrimiento, y filiación que procede no por vía de sangre, sino por opción de vida y compromiso por el Reino.
La mutua compañía que se ofrecen la madre y el discípulo amado son la semilla de la nueva comunidad; allí florecerá la vida.
Por esta razón, al contemplar a María de los Dolores, no tenemos que fijarnos en ella de una forma aislada; estamos obligados a ubicar a su lado al discípulo amado. Ella y él, junto con las otras mujeres y los discípulos, han de regresar al seno de la comunidad para dar testimonio de fe y de vida.
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