HOMILIAS: XXV DOMINGO. TIEMPO ORDINARIO. CICLO A. 18 DE SEPTIEMBRE 2011.
1.- CAMBIAR DE PLANES
Por José María Martín OSA
1.- Sus planes no son nuestros planes: Dios nos da un perdón gratuito. La lectura del profeta Isaías presenta a Dios regalando un perdón total y gratuito. El perdón que Dios da al que hace lo posible por vivir de acuerdo con la exigencia de la fe es un acto de una misericordia que no tiene parangón entre los hombres. Pero es necesario el requisito de cambiar de planes. Una experiencia así solamente es comprensible desde una óptica de pura fe. La era mesiánica que se anuncia es de características tan radicalmente nuevas que los planes del hombre apartado de Dios no tendrán cabida en ella. En esta dualidad Dios-hombre, en esta incomprensión del actuar de Dios generoso es donde el hombre tiene que afirmar su fe. Solamente el que tiene corazón agradecido y admite la evidencia de lo maravilloso de la generosidad de Dios puede comprender esto. En último término la actuación de Dios no es pura arbitrariedad sino un criterio de fidelidad y de amor. No se puede reprochar a Dios su manera de actuar cuando sabemos que en el fondo late el amor y respeto más profundo a la debilidad del hombre.
2.- Un Dios rico en piedad y misericordia. El salmo proclamado hoy es una gozosa alabanza al Señor como soberano amoroso y tierno, preocupado por todas sus criaturas. No estamos a merced de fuerzas oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la acción del Señor poderoso y amoroso, que tiene para nosotros un designio, un reino que instaurar. Este reino no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede con frecuencia en los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, ternura y bondad, como afirma el Salmo: «el Señor es lento a la cólera y rico en piedad».
3.- Perdón gratuito y sin intereses. Nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Dios se presenta como un amo generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Esta es la buena noticia del evangelio. Pero nosotros insistimos en atribuirle el metro siempre injusto de nuestra humana justicia. En vez de parecernos a él intentamos que él se parezca a nosotros con salarios, tarifas, comisiones intereses y porcentajes. Queremos comerciar con él y que nos pague puntualmente el tiempo que le dedicamos y que prácticamente se reduce al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón. Con una mentalidad utilitarista, muy propia de nuestro tiempo, preguntamos: ¿Para qué sirve ir a misa, si Dios nos va a querer igual? Así evidenciamos que no hemos tenido la experiencia de que Dios nos quiere y no reaccionamos en consecuencia amándole también más por encima de leyes y medidas. Dios es gratuito. Vemos absurdo y hasta injusto ser queridos todos por igual. ¡A cada uno lo suyo!, decimos como quien da un argumento incontestable con tono de protesta sindical ante Dios. Olvidamos que la gracia ha sustituido a la ley, que la misericordia y el amor es lo único importante para Dios. Imitemos su ejemplo también nosotros.
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2.- SABER ALEGRARSE CON EL BIEN DE LOS DEMÁS
Por Antonio García-Moreno
1.- ES EL MOMENTO.- "Buscad al Señor mientras se le encuentra..." (Is 55, 6) Hay que aprovechar las ocasiones, no podemos dejar que pasen las oportunidades que la vida nos brinda. Todas tienen su importancia, y sólo el que sabe apreciarlas en su justo valor llegará a triunfar plenamente en la vida. Por el contrario, el que deja pasar el tiempo sin salir al paso de lo que se le ofrece, acabará fracasando, quedándose atrás siempre, olvidado en el más gris anonimato. Y de todas las ocasiones, hay una que resulta decisiva. Tan decisiva que de aprovecharla o no, depende nuestra felicidad en esta vida y en la otra. Casi nada. Es decir, todo. Absolutamente todo. Porque lo demás, comparado con la eternidad es bien poquita cosa, nada en definitiva.
Despierta. Abre los ojos. El Señor está cerca. Tan cerca, que está, ahora mismo, a tu lado, mirándote con su mirada de infinito amor. Invócalo, dile que quieres estar siempre cerca de Él. Pídele que te ayude a no alejarte jamás de su mirada paternal y amable. Dile que te haga comprender de una vez que sólo tenerle a Él importa en la vida y en la muerte, que sólo cuando él nos acompaña la soledad no existe.
Resulta relativamente fácil descubrir el sentido de las acciones humanas. Siempre, más o menos claramente, hay una motivación que explica por qué se hacen las cosas... Pero con Dios no ocurre lo mismo. Él se escapa de nuestras reglas lógicas muchas veces, rebasa nuestros cálculos y suposiciones, sin que podamos enmarcarlo en unos moldes determinados.
Como el cielo es más alto que la tierra, así los caminos de Dios son más altos que los caminos de los hombres, sus planes que nuestros planes. Hay una diferencia insondable, distancia infinita, inabarcable. Y, sin embargo, Dios está cercano, íntimo, entrañable. Grande, inmenso, terrible. Pero al mismo tiempo sencillo, bueno, comprensivo, amable...
Sí, el Señor está a nuestro lado disponiendo todas las cosas, para nuestro bien. Aunque a veces nos parezca lo contrario y no veamos cómo aquello pueda terminar felizmente... Caminos de paz y de amor. Caminos escarpados que llevan hasta la cumbre más maravillosa que el hombre pudo soñar. Caminos de Dios, caminos ante los que sólo cabe una actitud, la de una fe rendida y una esperanza sin límites. La fe y la esperanza que lleva consigo la caridad, el amor a Dios.
2.- UN DENARIO.- Dios que sale una u otra vez, y otra, a contratar jornaleros para su viña. Afán divino para que todos trabajen en su tarea, para que no haya parados en este Reino suyo que trae la salvación universal. Nadie, al final de los tiempos, podrá decir que no fue llamado por Dios. Es cierto que esa llamada puede ocurrir en las más diversas circunstancias, en las épocas más dispares de la vida. Pero nadie, repito, se podrá quejar de no haber sido llamado a trabajar en la tarea de extender el Reino. Podemos afirmar, incluso, que esa llamada se repite en más de una ocasión para cada uno. Hay momentos en los que uno parece haber perdido el rumbo y de pronto comprende que su camino se está desviando. Resuena entonces, de forma indefinida quizá, la voz de Dios para indicarnos que hay que recuperar el rumbo perdido.
Vamos a pararnos a considerar nuestra vida en el momento presente, vamos a pensar si realmente estamos trabajando en la viña del Señor, o por el contrario, nos empeñamos en vivir ausentes de la gran tarea de salvar al mundo. Es cierto que el amo de esta viña va a ser comprensivo y bueno, dándonos al final no según el resultado de nuestro trabajo, sino según la medida generosa de su gran corazón. Pero eso mismo nos ha de empujar a trabajar con denuedo y afán renovado. En definitiva, de lo que se trata es que hagamos en cada instante, con sencillez y rectitud de intención, lo que debemos hacer.
Otra lección importante que se desprende de esta página evangélica es la de saber alegrarse con el bien de los demás. Aquellos que protestaron por ser tratados los últimos de la misma forma que los primeros, se entristecían de no recibir ellos más que los de la última hora. Se deberían haber alegrado de la generosidad del dueño de la viña, de haber servido a un amo tan compasivo y dadivoso, aunque a ellos sólo les diese lo acordado.
Saber contentarse con lo recibido, saber vivir con aquello que se tiene. Comportarse así es tener paz y sosiego, ser felices siempre. A veces por mirar y desear lo que otros poseen, dejamos de gozar y disfrutar lo que nosotros tenemos. En lugar de mirar a los que tienen más, mirar a los que tienen menos, no sólo para darnos cuenta de que tenemos más, sino para ayudar en lo que podamos a esos que tienen menos, que a veces por no tener no tienen ni lo necesario.
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3.- EL SEÑOR ES UN PATRÓN QUE NUNCA MIRA EL RELOJ
Por José María Maruri, SJ
1.- En la lectura anterior a esta parábola de hoy, aparece Pedro preguntando al Señor, tal vez como portavoz del sindicato de los apóstoles: “Nosotros que te hemos seguido que premio vamos a recibir, qué salario nos vas a dar”. O “qué seguro de vejez vamos a tener”
Y Jesús, con aquello de que se sentarán en doce tronos sobre las doce tribus de Israel, no les promete el descanso de estar en un incómodo trono, sino el trabajo de estar a la cabeza del pueblo de Dios, como precio les ofrece un trabajo en el Reino. Todo eso de los doces tronos suena un poco a un doctorado “honoris causa”, que no es mucho premio. Y como para acabar con toda posible reivindicación ante Dios, añade la parábola que acabamos de oír.
2.- La queja de los que se habían contratado por un denario, que era el salario común de aquellos tiempos, no es un salario bajo e injusto, sino el salario de los que han trabajado menos es demasiado alto. No son quejas de injusticia, son quejas contra la excesiva generosidad. No son quejas contra la justicia, sino quejas contra el amor.
Y Jesús nos quiere enseñar que nuestra relación con Dios no se funda en un contrato laboral sino en un lazo filial, que no somos asalariados, sino hijos y por tanto hermanos. Hijos únicos que ocupamos en el corazón de Dios un hueco que nadie llenar ni reemplazar. Pero no sólo yo. Sino cada uno de mis hermanos. Lo mismo el que trabajó siempre fielmente en la viña del Padre, como el que llega a última hora a trabajar. Lo mismo san Juan, el predilecto del Señor, que San Dimas el buen ladrón. Dios no será nunca injusto con nadie, pero además será infinitamente misericordioso con todos.
3.- En nuestra concepción religiosa hay no poco de mercantilismo, de libro de contabilidad, que lleva cuentas de nuestras buenas obras, del tiempo que hemos trabajado. Por eso piensa uno a veces, que si hubiéramos estado al pie de la Cruz nos hubieran sonado a injustas las palabras de Jesús al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”… un hombre que llega a última hora y sin más méritos que su vida depravada y pecadora.
Nosotros nos pasamos el tiempo mirando el reloj, sobre todo para calcular el tiempo de los demás. El Señor es un patrón que nunca mira el reloj. Los que trabajan con Él no tienen que fichar, porque para el Señor siempre es hora, siempre llegamos a tiempo, aunque lleguemos corriendo y sin aliento como el buen ladrón, porque no nos mira con ojos de legislación laboral, sino con ojos de Padre, que siempre se alegra de que llegue a cualquier hora un hijo.
Y estas son las injusticias de Dios, las que le dicta el amor. ¿Somos capaces de perdonarle a Dios sus injusticias? ¿No nos parece también a nosotros demasiado el salario del que llega a última hora? ¿No preferiríamos que Dios lo castigara como se merecer?
Tenemos que poner al día eso de castigo y premio. Los regalos entre amigos nunca son premio, sino amistad, como los regalos entre esposos son regalos de amor, nunca premios.
Ojalá que algún día desparezca de nuestra vida religiosa todo interés y mercantilismo. Entonces empezaremos a ser hijos de Dios y no asalariados.
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