Meditación: La Exaltación de la Santa Cruz
«En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.» (Juan 3,13-17).
1º. Jesús, hablas de creer, de tener fe.
La fe es muy razonable, y estudiando la doctrina se entienden muchas cosas.
Pero hay un salto que no depende de la razón humana, sino de creer que Tú eres el Hijo de Dios y que, por tanto, hablas de lo que sabes y das testimonio de lo que has visto.
«Sólo te preocupas de edificar tu cultura. -Y es preciso edificar tu alma. -Así trabajarás como debes, por Cristo: para que El reine en el mundo hace falta que haya quienes, con la vista en el cielo, se dediquen prestigiosamente a todas las actividades humanas, y desde ellas, ejerciten calladamente -y eficazmente- un apostolado de carácter profesional» (Camino.-347).
Jesús, desde mi infancia, voy edificando mi cultura, mis conocimientos; mi capacidad crítica, de entender el mundo y de comunicarme; mi capacidad de trabajo, mi memoria.
¿Y mi alma?
A veces parece que la tengo todavía a nivel de “primera comunión”: en el conocimiento y profundización de la doctrina; en la capacidad de sacrificio y de oración; o a la hora de defender la fe o de tomar decisiones con visión cristiana.
Nicodemo era maestro en Israel, pero le hacía falta nacer de nuevo: conjugar esa cultura humana con la visión sobrenatural que da la fe en Ti, muerto en la cruz por amor a los hombres.
Jesús, Tú quieres que sepa conjugar, como Nicodemo, el prestigio profesional humano con una fe profunda, que mire al cielo.
Así habrá gente de talento que sepa resolver los problemas humanos con visión cristiana: justicia, honradez, solidaridad.
Y de este modo podrá ejercitarse -callada pero eficazmente- un apostolado de carácter profesional.
Jesús, creer es tarea que ocupa toda la vida y abarca todos los actos: es un «estado vital», un modo de vivir, no sólo un modo de pensar.
No es suficiente «decir» que uno es cristiano, ni siquiera vale con «sentirse» cristiano.
Pensar así sería un triste engaño, porque el juicio mira las obras.
En el fondo, Jesús, la tarea que me pides desde la cruz -esa tarea de creer en el nombre del Hijo Unigénito de Dios-, se identifica con mi lucha por ser santo: es decir, con intentar que mis obras, mi vida entera, sean hechas según Dios, buscando cumplir la voluntad de Dios.
2º. «Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos pierden claridad, necesitamos ir a la luz. Y Jesucristo nos ha dicho que Él es la luz del mundo y que ha venido a curar a los enfermos.
-Por eso, que tus enfermedades, tus caídas -si el Señor las permite-, no te aparten de Cristo: ¡que te acerquen a Él!» (Forja.- 158).
Jesús, cuando a veces mis obras no son las que deberían ser, tengo la tentación de montarme mi teoría para quedarme más tranquilo: yo soy de los «normales»; ya es bastante con lo que hago, comparado con los demás..., etc.
Si hago caso de estos razonamientos -que proceden de la cobardía propia del que «no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas», iré perdiendo la claridad que tenía cuando estaba más cerca de Ti, me iré alejando más y más de Ti.
Que me dé cuenta, Jesús, de que el cristiano debe compararse contigo, no con los demás; y que lo normal para un hijo de Dios es luchar por ser santo, aunque cueste.
Que no me engañe, que me mantenga en la verdad, y que, si mis ojos pierden claridad, vuelva a la luz, pues «el que obra según la verdad viene a la luz.»
Jesús, Dios me ha amado tanto que te ha entregado para salvarme, para curar mis enfermedades, mis caídas.
A mí me pides que crea en Ti, es decir, que mis obras sean hechas según Dios, que busque hacer la voluntad de Dios.
Pero si en esta lucha por la santidad tengo derrotas, ¡que no me aparten de Ti, Jesús!
Es entonces, precisamente, cuando más te necesito, porque Tú mismo has dicho: «No tienen necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia». (Lucas 5,31-32).
Jesús, que siempre que lo necesite, acuda con prontitud al Sacramento de la Penitencia, que es el «sacramento de la luz» porque me devuelve la gracia y aplica en la práctica los méritos de tu Redención; de modo que, al creer en Ti, «no perezca sino que tenga vida eterna»
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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