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lunes, 19 de septiembre de 2011

Meditación: Martes de la semana 25 del tiempo ordinario; 20 de septiembre, 2011, año impar

Meditación: Martes de la semana 25 del tiempo ordinario; 20 de septiembre, 2011, año impar
«Vinieron a verle su madre y sus hermanos, y no podían acercarse a él a causa de la muchedumbre. Y le avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte». El, respondiendo, les dijo: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen». (Lucas 8,19-21)

1º. Jesús, Tú eres el mismo Dios que mandas honrar a los padres; y el mismo hombre que «estaba sujeto» a José y a María (Lucas 2,51), que obedece a María en Caná de Galilea, y que se preocupa de que esté bien atendida -por el apóstol amado- a la hora de tu muerte en la cruz.
Pero, a la vez, quieres recordarme hoy -al igual que cuando te quedaste en el templo durante tres días para hacer la voluntad de tu Padre (Lucas 2,49)- que los lazos sobrenaturales de la gracia, son aún más importantes que los lazos de la sangre.
Jesús, no quieres que nadie me gane en amor a mi familia.
Padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, hijos, nietos, ...
Pero aún quieres menos que ponga el amor a mi familia por encima del amor a Ti.
Porque, en ese caso, estaría poniendo el primer mandamiento, que es el «mayor mandamiento» (Mateo 23, 38), por debajo del cuarto.
Y eso es un desorden que, tarde o temprano, acabaría sufriendo también mi familia.
«Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia la madurez y autonomía humanas y espirituales la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús: «El que ama a su padreo a su madre más que a mí, no es digno de mí» (CEC.-2232).
Jesús, Tú sabes bien que el mejor modo de amar a mi familia es amándote a Ti; y que las familias más felices son aquellas que «oyen la palabra de Dios y la cumplen».
Por eso, aunque tu respuesta parece un reproche hacia tu madre y tus familiares, en realidad es una alabanza, especialmente a la Virgen, que ha sido la criatura más fiel a tu palabra y a la misión que recibió de Dios.
2º. «Familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo... Pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo, que contagiaba a quienes los conocían y trataban. Eso fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y alegría, de la paz de la alegría que Jesús nos ha traído» (Es Cristo que pasa.-30).
Jesús, hoy más que nunca llamas a las familias cristianas para extender tu mensaje de salvación entre los hombres.
Quieres que sean -como lo fueron las de los primeros cristianos pequeñas comunidades cristianas, lugares en los que se viva y se aprenda a vivir el amor a Ti y a los demás; verdaderas escuelas del valor del trabajo y del servicio, del sentido del sufrimiento y del sacrificio; de la sinceridad, la piedad y el cumplimiento del deber.
Jesús, quieres que yo contribuya a que en mi casa, en mi bogar, reine ese espíritu nuevo, que siempre será nuevo y joven porque se tiene que encarnar en cada generación.
Y, para ello, lo primero que debo cuidar es mi propia vida interior: oír con atención tu palabra y cumplir con fidelidad tus mandatos.
De esta manera sabré ser sembrador de paz y alegría, porque enfocaré los problemas y sucesos cotidianos con visión sobrenatural, con caridad, con paciencia, con espíritu de servicio.
Jesús, te pido por mi familia: ayúdanos a ser siempre -a pesar de los contratiempos ordinarios o extraordinarios- una familia luminosa y alegre, que forme como un centro de irradiación del mensaje evangélico en la sociedad.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

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