Meditación: Viernes de la semana 25 del tiempo ordinario; 23 de septiembre, 2011; año impar
«Y sucedió que, cuando estaba haciendo oración, se hallaban con él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dicen las gentes que soy yo?». Ellos respondieron: «Juan Bautista; otros que Elías, y otros que ha resucitado un profeta de los antiguos». Pero él les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondiendo Pedro dijo: «El Cristo de Dios». Pero él les amonestó y les ordenó que no dijeran esto a nadie. Y añadió: «Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea condenado por los ancianos, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que sea muerto y resucite al tercer día». (Lucas 9, 18-22)
1º. Jesús, Tú eres «el Cristo de Dios», el Hijo de Dios hecho hombre, Dios y hombre verdadero.
Se lo has revelado poco a poco a los apóstoles, y más tarde lo dirás abiertamente a todos.
A unos judíos que te preguntaban: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente» (Juan 10,24) les respondes: «Os lo he dicho y no lo creéis» (Juan 10,35 «Yo y el Padre somos uno» (Juan 10,30).
Pero ahora, aún no es conveniente manifestar tu divinidad.
Los judíos no están preparados para aceptar este hecho.
Ni siquiera al final de tu vida lo entenderán, y por ello precisamente quieren matarte: «no queremos lapidarte por obra buena alguna sino por blasfemia; y porque tú siendo hombre, te haces Dios» (Juan 10,33).
Por eso ordenas a los apóstoles «que no dijeran esto a nadie.»
«El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores. El ángel anuncia a José: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: «Esta es mi sangre de la alianza, que va ser derramada por muchos para la remisión de los pecados». (CEC.- 1846).
Jesús, eres Dios Todopoderoso.
Sin embargo, «es necesario que el hijo del hombre padezca muchas cosas»: has querido sufrir y morir por mí.
Tan grave es el pecado que la redención supuso la muerte de un hombre que era a la vez Dios, de modo que el valor de ese sacrificio fuera infinito, como infinita era la culpa merecida por el pecado.
Jesús, que me dé cuenta de la gravedad del pecado y que me determine seriamente a luchar para no volver a pecar más.
2º. «Hemos de fomentar en nuestras almas un verdadero horror al pecado. ¡Señor -repítelo con corazón contrito-, que no te ofenda más!
Pero no te asustes al notar el lastre del pobre cuerpo y de las humanas pasiones: sería tonto o ingenuamente pueril que te enterases ahora de que «eso» existe. Tu miseria no es obstáculo, sino acicate para que te unas más a Dios, para que le busques con constancia, porque El nos purifica».(Surco.-134).
Jesús, siendo Dios has querido padecer «muchas cosas», hasta dar la vida por mí, para redimir mis pecados.
Por eso yo quiero corresponder a tu amor con una lucha seria por vivir mi vida cristiana con fidelidad.
Sé que sólo cumpliendo tus mandamientos puedo demostrarte mi amor, pues Tú mismo me has dicho: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Juan 15,10), y también: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando» (Juan 15,14).
Por eso, Jesús, he de fomentar en mi alma un verdadero horror al pecado, que me separa de Ti privándome de la vida de la gracia.
Sin embargo, me siento tan débil, tan inclinado a los dictados del pobre cuerpo y de las humanas pasiones...
A la que me descuido, no pienso más que en mí: en mi soberbia, en mis gustos, en mis intereses.
Pero es precisamente esta debilidad la que hace que te busque y te pida con corazón contrito: ¡Que no te ofenda más!
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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