Meditación: Sábado de la semana 25 del tiempo ordinario; 24 de septiembre, 2011; año impar
«Todos quedaron asombrados por la grandeza de Dios.
Y estando todos admirados por cuantas cosas hacía, dijo a sus discípulos: «Grabad en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían este lenguaje, y les resultaba tan oscuro que no lo comprendían; y temían preguntarle acerca de este asunto.» (Lucas 9, 43-45)
1º. Jesús, tras una nueva curación milagrosa que acabas de realizar, «todos quedaron asombrados de la grandeza de Dios».
Te han visto curar enfermos, multiplicar panes, andar sobre las aguas, calmar tempestades y hasta resucitar muertos.
Tu poder no tiene límites; y tus milagros manifiestan «la grandeza de Dios».
Sin embargo -y mientras aún están «todos admirados» por lo que hacías-, les recuerdas que vas a ser «entregado en manos de los hombres», como si -repentinamente- perdieras tu poder de Dios y no pudieras defenderte ante tus acusadores.
Los pobres apóstoles no entienden -lo cual es lógico- y temen preguntarte sobre «este asunto,» lo cual es menos comprensible, y demuestra que aún les falta confiar más en Ti.
Jesús, quieres que tus discípulos de todos los tiempos no pierdan de vista que lo importante es la cruz, no los milagros: el Calvario -el monte de la crucifixión-, no el Tabor -el monte de la transfiguración.
Por eso les dices «grabad en vuestros oídos estas palabras»; no os quedéis con el espectáculo, sino profundizad en el sentido sobrenatural de las obras que hago, y que culminarán con el sacrificio de la cruz.
Jesús, ¿por qué Tú, omnipotente, te entregas a una muerte así?
«Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, «los amó hasta el extremo» porque «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos». Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres. En efecto, aceptó libremente su pasión y muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar. «Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente». De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando El mismo se encamina hacia la muerte» (CEC.-609).
2º. «Ahora que te cuesta obedecer, acuérdate de tu Señor, «factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis» -¡obediente hasta la muerte, y muerte de cruz!» (Camino.-628).
Jesús, mueres en la cruz no por la fuerza de las autoridades judías o romanas, sino por la fuerza de tu amor hacia mí, y por la fuerza de tu voluntad, que te llevan a obedecer la voluntad de Dios Padre aun a costa de dar la vida.
Es tan potente esta muestra de amor y este ejemplo de obediencia que no se necesitan más recordatorios.
A pesar de todo, para que no se desvanezca con el pasar del tiempo, quieres que grabe en mis oídos y en mi corazón, de manera especial, el pasaje de la cruz.
De este modo, cuando me cueste obedecer tu voluntad, cuando la lucha por vivir cristianamente me parezca demasiado difícil o costosa, podré acudir a Ti -¡obediente hasta la muerte, y muerte de cruz! para pedirte la fortaleza y el amor fiel que necesito.
También puedo acudir a mi Madre, la Virgen María.
Madre, tú fuiste siempre obediente a la voluntad de Dios, desde la anunciación -hágase en mí según tu palabra- hasta la cruz.
Tú no apareces en los grandes milagros, en los momentos de espectáculo; pero sabes estar donde te necesita Dios -en Belén, en Nazaret, en el Calvario- y donde te necesitan los demás, como en las bodas de Caná.
Ayúdame a ser fuerte, a obedecer siempre la voluntad de Dios, a amar con obras y de verdad.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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